El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatal; lo que cuenta es el valor de continuar — Winston Churchill (1874 - 1965), político británico.
La primera vez que me explicaron la palabra resiliencia lo hicieron a través del ejemplo de un resorte. Un resorte es resiliente al lograr regresar a su forma original después de haber sido estirado.
Si bien este concepto puede tener una aplicación en la mecánica, es también un término que se utiliza en la psicología y en los temas de desarrollo personal. Incluso, en años recientes ha sido un término que se ha utilizado en todo este discurso relacionado a la sostenibilidad. Dentro de este discurso se habla mucho sobre cómo crear comunidades y ciudades “resilientes”.
El día de hoy me gustaría compartirles lo que yo he aprendido sobre la resiliencia, lo cual se relaciona mucho con el enfoque en psicología y desarrollo personal.
Si nunca habían escuchado sobre este término, puede que este texto les ayude de introducción; si ya lo habían escuchado, esto puede complementar lo que ya sabían y, con suerte, podremos intercambiar puntos de vista sobre todo este rollo de la resiliencia.
¿Las abejas saben qué es la resiliencia? ¿Acaso en sus colmenas tienen cursos sobre temas de desarrollo “insectinal”1?
No estoy muy seguro pero algo me hace pensar que tal vez sí sepan sobre resiliencia. Les platico…
El pasado jueves (27/10/22) estaba sentado en una banca de la Universidad Tecmilenio, esperando a que comenzara la clase que imparto, sobre Lectura y Redacción. Aprovechaba el tiempo leyendo y tomando un café.
En ese lapso de tiempo, de vez en cuando, una que otra mosca se me acercaba, para lo cual, de manera casi inconsciente, yo respondía espantándolas (en fin, parece que no terminamos de comprender a las moscas).
En algún momento me di cuenta que el ligero aleteo que escuchaba no correspondía al de una mosca, por lo que detuve mi lectura.
Así es, en esta ocasión era una abeja.
Al ser mi insecto favorito, esa abeja fue bien recibida en mi espacio personal (una disculpa para quien le tiene miedo a las abejas y es impensable que una de estas esté cerca).
Pronto me di cuenta que esta abeja se había visto atraída por mi café. Fue tanta su atracción que, en un abrir y cerrar de ojos, esta se metió en mi vaso, a través del orificio que tienen los vasos de café.
Inmediatamente, al darme cuenta que ahora la abeja estaba dentro de mi café, decidí abrir la tapa para que esta pudiera salir después de haber cumplido su misión (cualquiera que esta haya sido).
Al abrir la tapa me di cuenta que la abeja ahora estaba nadando en mi café. Mi primer pensamiento fue tirar el café, pensando que la abeja “no la iba a librar”. Sin embargo, después de haber inclinado un poco el vaso, como si fuera a servir el liquido en algún otro vaso, para confirmar si la abeja efectivamente estaba muerta o no, me di cuenta que esta aún seguía viviendo.
De nuevo, al ser mi insecto favorito, fue emocionante darme cuenta que no había sido complice involuntario de la muerte de esta pequeña abeja.
Al tener el vaso inclinado, la abeja pudo aferrarse al espacio del vaso que no estaba cubierto por café. Después, poco a poco, esta fue caminando hacia la boca del vaso en donde yo la estaba esperando con una hoja de árbol, como la mamá que recibe a su hijo con una toalla después de salir de una alberca o el mar.
Después de haberla sacado del vaso con la ayuda de la hoja, la coloqué sobre la mesa en la que yo estaba sentado. La abeja seguía sobre la hoja. Me di cuenta que movía sus patas, su cola, aleteaba. Sus patas las movía como si se estuviera limpiando lo liquido del café; aleteó dos veces, como probando si sus alas todavía funcionaban bien. Su cola la movía como con un movimiento de bombeo, como asegurándose que todo estuviera en orden.
Parecía que se estaba recuperando después del hecho traumático de haber caído en un café.
Después de unos minutos, la abejita estaba lista y emprendió su vuelo, dejando atrás la mala experiencia que yo, involuntariamente, le había hecho pasar.
Después de haber presenciado esto, tengo la impresión de que la resiliencia, o es una condición natural que puede estar en cualquier ser vivo, como las abejas, o es una habilidad que se les enseña a estos insectos en sus colmenas, en sus cursos sobre como sobrevivir en el mundo de los humanos.
Asimismo, una de los aprendizajes que me llevo con esta experiencia es que la resiliencia, más que una capacidad o actitud, es un proceso; un proceso de recuperación que requiere tiempo y espacio. Ser resilientes no significa que, después de haber pasado un problema, estemos bien de manera inmediata.
La abejita tuvo que salir del baso caminando, porque sus alas estaban llenas de café. Después, confió en la hoja que le ofrecí para poder alejarla del vaso de café. Ya estando en un espacio seguro, la abejita hizo pruebas de aleteo, se aseguró que su cola estuviera en orden y que no hubiera restos de café en sus patas. Se recuperó.
Otra cosa que me llevo es que la resiliencia tiene mucho que ver con la frase bíblica de “ayúdate que yo te ayudaré”.
Tengo la impresión de que, en la mayoría de las veces, se tiene la idea de que la resiliencia es algo que solo depende de nosotros mismos. Otra vez: creo que que más que una capacidad es un proceso, y si realmente es un proceso, este no se lleva de manera individual; implica dejarse ayudar por otras personas, saber aprovechar el apoyo que nos brindan quienes nos rodean, así como la abejita, que aprovechó el apoyo que le ofrecí, lo cual le permitió recuperarse.
Haber presenciado esto me ayudó mucho a reflexionar sobre la resiliencia. ¿Tú qué opinas sobre la resiliencia?
Derivado de la palabra insecto.